Bueno, ya he renovado el aceite de mi lámpara gracias a Dios lo cual reaviva el fuego de mi espíritu. Es tarea mía no dejar que esa llama pierda fuerza. Para los que no saben de qué hablo pueden leer el post anterior (movimiento telúrico en el alma); mis disculpas si les estaba hablando en chino.
Como anecdótico de esta confesión les cuento que me causa curiosidad la forma en la que los sacerdotes asignan las penitencias. Muchas veces no veo proporción directa entre la falta cometida y la pena impuesta; a veces se confiesan cosas que son más graves y la penitencia es liviana, y en otras confesiones solo se confiesan pecados veniales y la penitencia aparentemente es más grande. Es anecdótico más no malo. Normalmente siempre juzgamos desde nuestro lado humano pero recordemos que esto es un sacramento divino.
El ejercicio que hago siempre que me confieso es cerrar los ojos y pensar que allí está sentado Cristo nuestro Señor, y es a Él a quien escucho por labios del sacerdote cuando me aconseja y corrige; de la misma manera recibo la penitencia y por eso estoy seguro que esa penitencia, sin importar su intensidad, es lo mejor para mi alma. Veo muchas veces que lo que el Señor quiere, además de reparar el daño, es que avancemos en santidad. Y si Él nos habla a través del sacerdote en aquel momento sublime ¿Por qué no hacer lo que nos pide con todo el amor? “Haced lo que Él os diga” dijo nuestra Madre; qué mejor momento para aplicarlo.
Bueno, iba a continuar con el tema del crecimiento en virtud pero como verán el Espíritu Santo me llevó por donde Él quiso. Así que para el próximo post si pienso hablar del tema. Ya tengo acumulado para la próxima :D – La alineación y el balanceo quedan pendientes jeje.
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